Están por todas partes.
¿Lo veis?
Las etiquetas.
Lo etiquetamos todo,
hasta lo que no es etiquetable.
Lo inetiquetable, ahora se etiqueta.
"O es blanco, o es negro e incluso es escala de grises,
¿todo lo demás?,
no existe"
Etiquetas,
fieles compañeras de la inseguridad.
Enfermedad enfermiza,
necesidad compulsiva de etiquetar la realidad en diferentes ámbitos.
No sé,
quizá es porque nos aterra que algo se salga de nuestro control,
que algo sea tan grande,
tan monstruosamente hermoso que nos rompa cada uno de los esquemas que con tanto ahínco hemos construido.
El colegio,
la universidad,
el trabajo,
el éxito,
la muerte.
Siempre en ese orden.
Pero entonces,
y solo en contadas y excepcionales ocasiones,
ocurre un algo que se sale de esa maravillosa continuidad de acontecimientos planificados.
Y nosotros,
¿qué hacemos?
Claro que sí,
tratamos de nuevo,
de buscar una etiqueta,
la que sea,
en la que podamos incrustar eso que no entendemos.
Ojalá nunca seáis demasiado viejos para hacer nada.
Y por demasiado viejos, entendedme, no hablo de edad.
Ojalá seáis siempre demasiado jóvenes,
demasiado entusiastas,
demasiado emprendedores para cumplir cada meta y cada ilusión que se os cruce por la mente.
Antes de que nos volvamos locos,
dejadme puntualizar un par de cosas.
Hay que diferenciar entre sentido común y etiquetas.
El sentido común es el que te dice que sin madurez emocional no puede haber una relación sentimental viable.
El sentido común es el que te indica que la educación es un pilar fundamental en tu vida,
y que de ahí en adelante puedes ser ingeniera,
jardinera o ama de casa,
si es lo que te va a hacer feliz a ti y a los que te rodean.
Las etiquetas,
sin embargo,
son las que te recriminan que no puedes volver a estudiar una carrera universitaria.
Las que te aseguran que no intentes ese sueño,
que es demasiado arriesgado.
Las etiquetas son las que te dicen que con 23 años eres demasiado joven,
y con 65,
demasiado viejo.
Las etiquetas son las que pegan artificialmente adjetivos a nombres, como si estos hubieran sido siempre compuestos.
Nunca dejéis de ser quienes queréis ser.
Jamás permitáis que alguien os diga que no podéis hacer algo,
solo porque ellos no lo puedan hacer.
No acabéis con sueños por ser demasiado arriesgados,
demasiado ambiciosos,
demasiado difíciles.
Dejad que os aconsejen,
sed humildes,
siempre,
y con sentido común,
no dejéis jamás de ser demasiado jóvenes para vivir,
intensamente.
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